sábado, 3 de febrero de 2018

Joan Ponç. El "Principe de las Tinieblas".




Lo bueno de los descubrimientos personales es poder contarlos. Pues eso me ha pasado con Joan Ponç; un perfecto desconocido para mi hasta esta semana que por azar he disfrutado de su exposición Diábolo en La Pedrera. 

Ponç es de esos artistas raros, pintor de lo invisible, solitario que acaba por aislarse del ruido comercial, porque necesita el silencio para seguir creando. Su amplia exposición me recuerda a Picasso, Dalí, Miró, El Bosco o Brueguel el Viejo por aquello del "Triunfo de la muerte"


Ponç es un resistente a toda aquella miseria intelectual y cultural que la dictadura nos trajo. Le imagino en plena postguerra con su vanguardismo a cuestas y no puedo evitar empatizar con el vértigo de su lucha contra la ramplonería y beatería de aquel tiempo tan esterilmente largo. 

Ponç es un francotirador, un arlequín carnavalero que se salva por lo mágico de sus pinturas, aunque a mi personalmente, haya quedado seducido por sus dibujos. Surrealismo en estado puro, paisajes nocturnos poblados de faunos,  ruinas fantasmagóricas, sombreros de chistera, demonios y diablos con extremidades fálicas eyaculando, cuerpos geométricos, animales inventados que invaden cosmos y universos desconocidos. Grotesco y diabólico. Dicen que torturado. En definitiva, "Principe de las tinieblas" tal y como le llamaba su amigo Joan Perucho. 

Cofunda en los años cuarenta la revista, Dau al Set -Siete del dado-, con otros pintores como Tapies, poetas como Joan Brossa y el filosofo Arnau Puig. Son tiempos difíciles para la libertad y este es un camino para el reencuentro de los nuevos artistas con la vanguardia anterior a la Guerra Civil. Puede que para salvar la realidad aparezcan en su producción, en estos años, toda una serie de sus Presagios, Delirios, Alucinaciones y Dibujos Podridos para poder hacer su catarsis. Fusión de las fuentes literarias con su conjuro mágico de la nocturnidad. Siempre dibujó de noche y su única fuente de luz fue una bombilla que aparece como símbolo permanente.
Una de sus obras más impactante y colorista es Nocturn, -1950-; en la que se ve a Cuixart, Tàpies y a Ponç navegando en barca para ver a Dalí en Portlligat. Según contó, otro pintor, Jordi Curós, la realidad es que fueron en un destartalado autobús desde Port de La Selva, buscando una recomendación de Dalí para continuar su carrera en Nueva York, pero Dalí no le dió cuartel y marchó a Brasil para salvar su precaria situación. 


Era un catalán que no hacía bandera de nada. Era según él, un artista universal, que ahogado en un ambiente gris en aquellos tiempos, se autoexília. En Brasil, funda la escuela L´Espai dedicada a la enseñanza de dibujo y pintura para sobrevivir. Permanece allí una década y vuelve a Barcelona en los sesenta por problemas de salud relacionados con una diabetes mal diagnosticada.
Me quedo con sus grabados cervantinos, fruto de sus lecturas unamunianas de juventud con "La vida de Don Quijote y Sancho", donde el fin de la novela refleja todo su universo": "¡Y si es la vida sueño, déjame soñarla inacabablemente¡". Se revela como un excelente miniaturista, reflejando la hostilidad del día a día; tal vez la exposición de sus aguafuertes sobre la Metamorfosis de Kafka apreciándose su necesitada soledad y su angustia vital. 
Vive en El Bruc, en Cadaqués, Cotlliure o La Roca. Muere en Saint Paul de Vence en 1984. En la sala de espera de los hospitales, en sus últimos años, y con su avanzada ceguera, pinta sus 424 miniaturas de las Cajas secretas.  Descubierta su obra, seducido por su forma de interpretar las formas y la vida, quedo conmocionado en los azules de sus amaneceres oníricos y en los rojizos de sus  inquietantes atardeceres

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