viernes, 22 de diciembre de 2017

Para qué elegir susto, mejor muerte.





En una primera reflexión de urgencia creo que toda la izquierda que ha luchado por una República de progreso en Cataluña debe estar muy decepcionada. Nos han traído la derecha más recalcitrante situada a ambos lados del Ebro, con una sociedad confrontada y con unas aritméticas imposibles de gestionar en el corto plazo de tiempo. ¿Para qué elegir susto si directamente podíamos elegir la muerte?. Hoy, las incertidumbres para la inversión productiva, el empleo y los servicios públicos de calidad se amplifican. Oyendo hablar tras el 21-D a Artur Mas y a Puigdemont sentía que la linde se había acabado pero los rebuznos permanecían.  

En este baile hay para todos, pero debe ser la izquierda en su conjunto la que abra un proceso de cambio urgente en su estrategia y en su discurso. De momento, se ratifica que la izquierda independentista, no independentista y la medio pensionista han trabajado en un largo proceso de cinco años, al menos, para la derecha; para la de aquí y la de allí. Muy tarde era ya en estas elecciones para intentar elaborar un relato social, para significar el alma de los derechos de los más desfavorecidos y para defender otra bandera que no sea la de la "Patria". Muy tarde, en definitiva, para identificar como máximos responsables de los recortes en Cataluña, precisamente a aquellos que dentro del bloque independentista son hoy los ganadores. 

ERC montando peregrinaciones a Bruselas, un PSC que paga la tibieza de los socialistas en Madrid con un Rajoy que les lleva una y otra vez al huerto, una Colau que comete el error sustantivo de romper compromisos de gobierno con el PSC, en el ayuntamiento de Barcelona, mandando una información al electorado de su ambigua flojera política. Todo demasiado evidente para trascender en una población, la del denominado "cinturón rojo", machacada por las políticas neoliberales de los convergentes.

Tan solo, creo, podemos considerar una buena noticia con la desaparición práctica del Partido Popular que puede convertirse en una caída en cascada en el resto de territorios. La dinámica de confrontación le ha dado réditos durante todos estos años pero ha obviado que un subalterno como Ciudadanos podría terminar siendo un recambio perfecto para la derecha económica. El Partido Popular, intentando salvar sus abundantes vergüenzas, se ha convertido en el verdadero dinamitero de España. Un tapón que lo encharca todo. Su desaparición es un requisito previo, al menos para mi, para que España y Cataluña puedan resetearse en sus mutuos despropósitos y para facilitar una inevitable reforma constitucional, aunque dado como está el patio de la izquierda y su deriva, uno siente la tentación de gritar: ¡Virgencita!. 



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